El “jangueo” al que no quieres ser invitado…

They don’t serve champagne at pity parties” ― Cara Alwill Leyba

Misma es una persona que le encanta el compartir, la buena mesa y hablar con gente espectacular que siempre tiene historias que contar. Le encanta estar con personas que tienen algo que dar de sí mismos. Gente genuina. Gente que me alienta, que me levanta el espíritu, que a veces está “moqui flojo”, pero que tiene ganas de seguir adelante; como nos pasa a todos. Me encantan las reuniones con amigos, con familia, con desconocidos de buena vibra y en muchas ocasiones… me encanta la fiesta conmigo misma.  No hablo de las fiestas en bullicio (aunque esas están chéveres), donde no se puede hablar y donde no puedes interactuar con los demás. Hablo de esos “get together” clásicos y hasta “chics” donde todo el mundo está regio (pero relajado), se comparte una buena copa de vino (o de lo que te guste), hay buena música y te encuentras con gente maravillosa. Ese “jangueo”, como decimos ahora, me apasiona.

Pero he tenido ocasiones en que de momento recibes una invitación al “jangueo de lástima y le, lo, lai”. ¿Qué es eso? Una fiesta donde cada uno de los que llega entra arrastrando su dignidad, donde la gente anda que la amargura va delante de él (ella) o la mala vibra es desde el saludo. Cuántas veces has entrado a un sitio y te pasa esto: “Tù: Nenaaaaaa, ¿cómo estás? Ella: Ahí jodía, pero no es culpa tuya”. Ño, yo sé que no es culpa mía, si yo acabo de llegar! La gente se congrega a ventilar sus penas y hacer competencias de quién tiene la vida más miserable. Y digo, antes de que se sobresalten y empiecen a decirme que para eso son los amigos, déjeme aclararle solecito que me lee que este jangueo no es para apoyarnos y para ventilar una situación que estamos pasando y entre todos buscar soluciones e idear un plan para sentirnos mejor. Si fuera así, siempre vale la pena ir y ser solidario con los demás. Amo esas reuniones y grupos de apoyo. Pero esto es diferente. En esta fiesta a veces somos nosotros invitados y en otras somos hasta los anfitriones. Llegas y el sentido de lástima por la situación de cada uno arropa el lugar. Nadie quiere salir de ese marasmo emocional. Es como la competencia del Jodío. Mientras más jodido usted esté más poder siente. Es como un party de superhéroes donde la t-shirt conmemorativa tiene una “J” gigante. Y ahí va usted todo orgulloso(a), pecho de paloma, con su “J” en el pecho. La música es triste (de despecho a veces). La comida es hasta rara y poca. El alcohol como que ni sabe igual, aunque sea el más caro. Los vinos espumosos no tienen ni burbujas. La meta es demostrar que uno está o puede estar peor que el otro. Cuando uno cuenta una historia “jarta de odio” el otro tiene una mejor. Nadie tiene el mínimo deseo de salir de ahí. Le cogieron amor a la lástima, a la pena, a la calamidad. Es un grupo de apoyo, pero para seguir quedándose en el hoyo. A ese jangueo no quiero ser invitada jamás. Como dice Cara Alwill Leyba en su libro Girl Code: en esas fiestas no hay champagne y si hay, no tiene el glamour que me merezco (y que tú también te mereces).

Pero la cosa se pone peor cuando tú misma(o) te haces el party de la “lástima y el “le, lo, lai”. Esa fiesta mental a veces dura un rato, días, semanas y hasta años. Y todo el tiempo andas lamentándote y te encierras. No hay nada que te haga levantarte del piso. Es más cómodo lamentarte por lo que no ha funcionado, que tratar de idear un plan para moverte de ahí. Escogemos la música cuidadosamente que nos estruje la llaga que llevamos en el alma. La novela con el final más deprimente, en la que nunca “vivieron felices por siempre”. La película donde “todos mueren”. Entramos en grupos de Facebook que en lugar de parecer de apoyo para “salir del hoyo” lo que hacen es ayudarnos a cavar más hondo. No nos peinamos. Andamos con las patas pelúas, con las cejas como Frida… Los hombres con la barba que les llega a Pekín. Y cuando llega alguien a tratar de arruinarnos el jangueo con su buen humor y ánimo, ni la puerta les abrimos.

La pena, la lástima de otros o la propia: te estancan, te limitan; te paralizan. Y aquí quiero hacer una pausa y establecer que no es lo mismo sentir lástima que compasión. Así es que vamos brevemente.

La lástima es el “enternecimiento y compasión excitados por los males de alguien”. Aquí reconoces la pena y el sufrimiento de otra persona, pero sin involucrarse en él. Sin sentirlo como tuyo. Es algo a veces pasajero que no te lleva a ninguna acción. La compasión es la manera con que participamos del sufrimiento del otro. Surge cuando un ser humano es capaz de comprender la situación del otro desde un sentimiento de solidaridad para responder a sus necesidades. La lástima (o pena como decimos en Puerto Rico) no te mueve a la acción de ayudar al otro y de hacer lo posible por mejorar su situación. La compasión, sí. La compasión es acción en sí misma. De ahí que la lástima es negativa y la compasión completamente positiva. O sea, entienda mi sol que tenemos que ser compasivos con el otro y con nosotros mismos.

Resumiendo, que ya les he hablado demasiado, todos hemos pasado por momentos difíciles. Bien sea por un desamor, por la pérdida de una meta o un sueño, por un trabajo, ante el diagnóstico de una enfermedad o condición, ante una metida de pata o un error brutal que hemos cometido (porque a veces nos buscamos la situación solitos). Cosas que no son livianas de procesar. Realmente no son “changuerías”. Son cosas que te destruyen o transforman. El punto es que cuando esto surge hay que identificarlo. Ponerle nombre. Reconocerlo. Porque si no lo reconoces, vas a entrar al maldito jangueo de la lástima y si ya estás en él (quedaste malo pa’ la foto y peor pal video? ) NO te quieres quedar. Entonces para no entrar en el o para salir del mismo tenemos que:

  1. Reconocer que algo está pasando. Que un evento ha hecho que te sientas mal, incómodo(a) de mala manera.
  2. Desde ese reconocimiento debes tratarte con amor y compasión. No con lástima. Recuerda nuestro artículo: Haz las Paces Contigo Misma(o).
  3. No hacerte un jangueo de eso y menos rodearte de personas que andan en este “jangueo” constante. Busca rodearte de personas que te apoyen a salir adelante. Que te impulsen. Que te muevan. Lee cosas que te inspiren a moverte y buscar ayuda.

Próximamente vamos a estar hablando de la autocompasión y de algunos ejercicios para lograrla.

Reconocer que hay un jangueo al que no quiero ir y un club al que no quiero pertenecer; es conectar.

Besitos?,

Misma